DOS INFLUENCIAS II

Posted by javier on Tue, 10/21/2008 - 17:45 in

Título: Flores de plomo.
Autor: Juan Eduardo Zúñiga.
Editorial: Alfaguara. De bolsillo.

Larra muere en 1837. Es la segunda influencia. No viene de las instituciones, no viene desde el Poder, es ejercida por la vida personal. Las decisiones de uno interfieren en la vida de los demás e influyen en sus acciones y así va cambiando el movimiento general. En la ficción encontramos el último día de la vida de Larra, periodista, escritor, narrada bajo el título “Flores de plomo”, novela de Juan Eduardo Zúñiga, uno de los mejores escritores españoles actuales. Juan Eduardo Zúñiga ha sido galardonado éste año con el Premio Salambó y con el Premio de la Crítica por su libro de relatos “Capital de la gloria”. Su obra es reducida y cuidadísima, “La tierra será un paraíso” “Largo Noviembre en Madrid” “Misterios de las noches y los días” “El coral y las aguas” “Las inciertas pasiones de Iván Turguéniev” “El anillo de Pushkin” “Capital de la gloria”, que ya he mencionado, y ésta “Flores de plomo”. Al leerla escuchamos un ruido sordo angustioso y profundo recreado por la miseria humana permanente que nos remueve en el asiento. Es martes, día de carnaval, 13 de Febrero de 1937. Niebla, lluvia y frío que anuncian ya el anochecer. Presagio del final temprano de la vida. El viento azota y mueve el alero de un tejado y produce un chirrido que parece el grito de un animal, se diría que es un indicio de la cercana tragedia. Mariano José de Larra va a visitar a Ramón de Mesonero Romanos que le ofrecerá su mano mientras escudriña el rostro de aquél. Larra le da la suya de forma que más parece retirarla. ¿Sabe lo que oculta Ramón de Mesonero Romanos? Éste le comunica, buscando en sus ojos el llamear del daño, que Dolores Armijo va a pedirle sus cartas esa misma tarde. Larra piensa que su caminar por la vida lo ha hecho sobre el barro, que se ha tenido que ensuciar, que siempre ha sido difícil y duro su trabajo, y mira sus zapatos embarrados. Es el final. Ha ido a casa de Ramón de Mesonero Romanos viendo máscaras horribles de carnaval y se va de allí viendo máscaras igualmente horribles. Dolores Armijo, su amante, para llegar hasta aquel hombre tan crítico con la sociedad de su tiempo, tiene que cruzar Madrid en compañía de otra mujer, pues ninguna que no fuese de las clases más bajas se atrevería a salir sola a la calle. Se cruza con mendigos, hombres y mujeres piden limosna, borrachos, juerguistas carnavaleros, gente desecha, peleas con heridos y muertos en el barro de las calles. Las mujeres se ven rodeadas por hombres que las vejan con los insultos más soeces, las sujetan, las manosean, les hacen propuestas prostibularias con metáforas, comparaciones, perífrasis escandalosas e hirientes. “Vemos” a un hombre que lee los artículos de Larra, un zapatero, republicano, que señala lo bien que “tratan” a los Reyes en Francia. La mujer del zapatero sale de la oscuridad del taller con un escote cuadrado, prohibido por Fernando VII quizás porque recordaba a aquella otra mujer del gorro frigio. También “vemos” a los jóvenes burgueses que asisten a la fiesta de carnaval en salones alumbrados, y bajo sus disfraces y sus máscaras le dan de lado a Larra diciéndonos más de ellos mismos. La visita de Dolores Armijo a Larra, es la culminación de la muerte que inunda las calles. Larra siempre ha hecho que lo oculto aflore, una vez muerto lo conseguirá de manera más intensa. El zapatero cree ver el principio de una nueva persecución del Rey absoluto sobre los progresistas, y piensa que en cualquier momento van a ir a por él. Entre los intelectuales, como Larra les resultase molesto por la proyección de su voz única, además de envidiarle el que tuviese una amante hermosísima y a la que no pagaba, si antes deseaban, ansiaban su desgracia, ahora, muerto, se alegran rencorosos como si les hubiesen otorgado un premio perseguido con maldad. El relato muestra el caso de Zorrilla, poeta mediocre y oportunista, que aprovecha el entierro de Larra para expresar la envidia y el odio que tanto él como los demás arrostran, y así medrar entre ellos. Se les hacía dura la capacidad creativa y el foco que encendía Larra. Su concepción medieval del mundo, su mediocridad les impedía aceptar que Larra marcase la Historia y la Literatura como ellos no podían hacerlo. Llegando al final “vemos” a un escritor al que impregna el legado de Mariano José de Larra, su herencia intelectual y su indisposición con una sociedad pútrida, Felipe Trigo. Buscaba Felipe Trigo instruir escribiendo novelas en las que interviene el sexo, creía que era posible producir un cambio en la cultura del país. Comprobará que vende solo por la interpretación morbosa que los lectores hacen de sus escritos. Pero además le torturan sus sentimientos hacia aquella mujer que abandonó a Larra siete años atrás. Desalentado y confundido, habiendo perdido toda energía vital se deja conducir por la muerte. Amor y muerte son márgenes por los que discurre la influencia de Larra sobre la vida de los demás. Larra buscó, por medio de la razón y el sentido crítico, el conocimiento, en eso puso su pasión. Su muerte no fue un acto romántico basado en el carácter irracional y reaccionario de la filosofía de Rousseau. El partido en el que había confiado creyendo que era progresista, tomó rumbos conservadores, entonces se presenta a las elecciones por un partido conservador pensando que su labor personal podía cambiar algo, pero el levantamiento precisamente de un sector progresista le deja sin ejercer su acta de diputado. A ello se suma la desesperanza que le produce la inmensa incultura, tan generalizada, contra la que luchar, parece una tarea imposible, el primitivismo, la abulia, el sentido de la vida de vasallo, la envidia y la traición forman lo común de todo estamento social. Por último le sobreviene el abandono de aquella mujer a la que amaba, y eso le acaba de hundir. La novela de Juan Eduardo Zúñiga es magnífica en su atmósfera, en su estructura clásica, en su búsqueda de lenguaje poético espejo de lo bárbaro. Perfora a los personajes para que sus sentimientos, sus emociones, afloren y los leamos en silencios, miradas, ruidos, voces cercanas o lejanas, quejidos, gestos y máscaras, en la niebla aposentada, en la lluvia pertinaz. La historia consigue dominar nuestra atención e imbuirnos del momento, de las horas últimas de Mariano José de Larra. Es una lectura que transforma al lector, y queda en su memoria.

Ramón Pedregal Casanova.